domingo, 28 de enero de 2018

Hora de silencio

Por Juan Carlos Alarcón


Amaneció con lluvia; pero eso no era raro, todos los días amanecía lloviendo o con una garua que mordía los huesos, aunque por las tardes, a veces el sol despeinaba los arboles con temperaturas elevadas como recordando que no era otoño sino primavera. Era primavera y aquel año se había caracterizado por el tiempo otoñal.
Ella se paró a su lado, debajo de la galería, donde él bebía una cerveza acompañada con trozos de salame seco y queso de la estación, y dijo:
- ¿Viste que las flores no tienen el mismo color este año? Todo es pálido.
Entonces él observó el patio, luego el jardín.

Ella volvió hablar:
- Este año no hay estaciones, todo está cambiando y, por lo que escuche en la radio, el hombre no sería extraño a estos cambios climáticos.
Tal vez ella tenía razón, pero terminó de armar su cigarrillo y se fue para la punta opuesta de la galería. Ella ya estaba hablando demasiado. No importa si tuviera razón con sus comentarios. A la mañana no le gustaba que nadie le hablara, y bien podía guardar sus comentarios para la hora de la comida o para la tarde cuando él volvía a sentarse bajo la galería. La mañana era la hora de su intimidad, de sus pensamientos secretos.